El estilo de vida que llevamos nos facilita la meditación o nos aleja de ella. La mente está formada por la parte más sutil de los alimentos. Si la comida es impura, la mente también se vuelve impura en sus funciones y por tanto en la práctica de la meditación. Somos lo que comemos, esta es la máxima de los antiguos sabios de La India, hoy aceptada en Occidente.
La dieta puede ser de tres tipos en relación con las gunas, denominación sánscrita para las cualidades primordiales de la naturaleza que se manifiestan en diversas combinaciones en todas las cosas. Así encontramos:
1. La Dieta Sátvica: equilibrada, pura y armónica.
La leche, la cebada, el trigo, los cereales, las legumbres, la mantequilla, el queso, los tomates, la miel, los dátiles, las frutas y las almendras, entre otros son todos comestibles sátvicos. Vuelven la mente pura y calma; y son una parte importante de las costumbres de los que practican la meditación.
1. La Dieta Rajásica: relacionada con la acción, la pasión y la dispersión de la energía.
Las personas apasionadas desean alimentos amargos, agrios, salados, excesivamente calientes, picantes, secos y quemados, y que producen dolor, pesadumbre y enfermedad. Los pescados, los huevos, la carne, la sal, los picantes excesivos son alimentos rajásicos; excitan la pasión y vuelven a la mente desasosegada, inestable e incontrolable.
1. La Dieta Tamásica: en la que predomina la oscuridad, la opacidad y la inercia.
Los alimentos que son rancios, insípidos, pútridos e impuros son apreciados por las personas tamásicas. La carne, el alcohol, el ajo, las cebollas y el tabaco son alimentos tamásicos, distorsionan la mente de los que meditan y la llenan de ira, ansiedad y confusión.
No debes llevar un cambio de dieta radical, pero si quieres realmente que tu práctica meditativa avance es conveniente adoptar una dieta vegetariana sencilla, e ir paulatinamente.
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